En la escuela de Elisabetta vivimos en pobreza y humildad, desprendidas del posser y conscientes de nuestros límites. Sin embargo, la certeza de que Dios nos ama y está a nuestro lado en el tiempo de la alegría y de la prueba, mantiene en nosotras la alegría y la jovialidad, el vivir con equilibrio las vicisitudes de la vida, y el cumplir de buena gana y serenamente nuestro deber cotidiano.